
¿Es real la realidad?
11/07/2018
Estar en la misma onda
11/07/2018Escuchar bien para comunicar mejor
En el proceso por el cual dos personas se comunican, podemos diferenciar dos momentos distintos: “hablar” (o emitir) y “escuchar” (recibir). Son inseparables y cuando los dos interactúan en equilibrio decimos que la comunicación es efectiva.
Cuando se dice que alguien es un “buen comunicador” ¿de qué hablamos? Muchas veces esa expresión se utiliza para referirnos a una persona que tiene buenas dotes para explicarse, que utiliza las palabras de forma adecuada, que presenta sus ideas de modo comprensible, etc.
Sin embargo, todo ello es sólo la mitad del proceso de Comunicación. Aquí vamos a tratar algunos puntos relacionados con la otra mitad: Escuchar bien para comunicar mejor
Escuchar no es sólo estar callado
Escuchar presupone, más o menos, estar en silencio (aunque no es estrictamente imprescindible). No obstante, el silencio es sólo una primera condición, no suficiente. La verdadera escucha requiere una cierta actitud y algunas habilidades.
La actitud es muy sencilla: la receptividad. Receptividad no significa exactamente dar por bueno todo lo que la otra persona diga, ya que puede haber puntos con los que yo no esté de acuerdo. Significa la disponibilidad a acoger sus argumentos, su punto de vista, entender lo que dice y las razones por las que lo dice, etc.
Escuchar bien es la mejor forma disponible para demostrar a la otra persona que ella es importante para nosotros. He escuchado alguna vez una frase muy ilustrativa que dice: “a la gente no le importa lo que sabes hasta que saben lo que les importas”.
Saboteadores de la escucha
Esta actitud puede verse obstruida por la acción de lo que nosotros llamamos “saboteadores internos”. Hábitos de pensamiento o de comportamiento que algunas personas podemos tener, que van con nosotros a todas partes (por eso remarcamos que son “internos”) y que dificultan enormemente la capacidad de escuchar. A continuación presentamos una lista (no exhaustiva) de saboteadores internos:
Estar pensando en lo que yo voy a decir seguidamente. Cuando nuestra atención se centra en construir nuestro siguiente argumento, la escucha pierde calidad y se nos pueden escapar algunos elementos importantes del discurso de la otra persona. Es como estar en el cine y cerrar los ojos durante unos instantes: nos hemos perdido algo pero ignoramos que es lo que no hemos visto.
Evaluar lo que la persona está diciendo. Al igual que en el caso anterior, si nos dedicamos a evaluar internamente lo que dice la otra persona, la cantidad de atención disponible para la escucha cae en picado.
Sentir la necesidad de dar un consejo o solución. Es una variante del primer supuesto. Además, suele ser molesto e inútil. Como remarca un dicho popular: “consejo no pedido, consejo mal recibido”.
Hacer preguntas. Muchas personas creen que hacer preguntas es sinónimo de interés por el otro. Aunque pudiera existir ese interés, lo cierto es que la pregunta interrumpe el flujo de la explicación y lleva la atención de la persona hablante hacia focos que, quizás, ella no desea.
Encontrar similitudes personales en lo que nos están contando. Este saboteador es muy sutil, pues muchas personas consideran que entienden mejor al otro porque a ellas les sucede “lo mismo”. Se trata de un grave error, ya que lo más relevante no es lo que vivimos sino el modo en que respondemos y nos tomamos esa vivencia. Dos personas pueden estar en una situación similar y vivirla de modo radicalmente diferente. Cuando se pronuncia una frase del tipo “ya sé de que va, a mí me ocurre lo mismo…” la escucha queda interrumpida, pues la persona deja de escuchar y se centra en sus propios recuerdos y vivencias.
Escuchar sólo cuando lo que me cuentan es interesante para mí. Hay personas capaces de escuchar efectivamente, bajo la condición de que les interese el contenido. Mirándolo bien, eso no tiene demasiado mérito; prácticamente todo el mundo es capaz de escuchar cuando el argumento les interesa. El asunto es poder escuchar lo que me cuenta alguien que es importante para mí, aunque el asunto del cual me habla no tenga interés.
Entrenar la escucha
Como cualquier hábito, la gestión de esos saboteadores se puede entrenar. Es imprescindible la atención consciente durante un tiempo, hasta que la nueva forma de operar se haya convertido en hábito.
Una forma de empezar a trabajar sobre el tema podría ser reconocer el saboteador que más interfiere y dedicarnos a mantenerlo “a raya” durante algunos días. Aunque al principio puede parecer relativamente difícil, lo cierto es que el hecho de dedicar atención consciente al tema puede generar un cambio importante en un breve plazo.
Una última consideración:
Escuchar es un acto de generosidad hacia los demás. Ponemos nuestros oídos y nuestra atención a su servicio.
Si nos comprometemos a hacerlo,
hagámoslo bien.