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El estrés tiene mala imagen. Es algo que no nos gusta experimentar, que preferimos mantener lejos. Entonces, quizás te resulte extraño si te digo que necesitamos el estrés para desarrollar nuestras actividades.
Los seres humanos funcionamos de un modo peculiar: para llevar a cabo una tarea, necesitamos un cierto grado de activación (diferente para cada tarea, claro está). Según podemos ver en la gráfica, cuando la activación es baja, el rendimiento o productividad también lo son.
“Necesitamos el estrés para funcionar”
Tal como nos vamos activando más (es decir, nos vamos estresando) crece también nuestra productividad, hasta alcanzar un nivel de productividad alto con un grado estrés óptimo.
Los problemas pueden venir a partir de ese punto, ya que si continúa la activación (si el estrés sigue creciendo más allá del óptimo) el rendimiento empieza a decaer.
Por lo tanto, necesitamos estar en condiciones de controlar (nosotros preferimos hablar de gestionar) nuestro estrés, de tal forma que la mayor parte del tiempo estemos en el nivel óptimo y también aprender a cambiar ese nivel de activación según lo requiera la siguiente actividad.
¿Cómo generamos nuestro estrés?
Dudas o incertidumbre respecto al futuro son nuestra fuente principal de estrés. Para el ser humano, vivir con esa incertidumbre es todo un reto. Nos cuesta aceptar que sea así y nos gustaría tener el control total de la situación, saber anticipadamente lo que pasará.
A veces, estas dudas tienen que ver con el resultado que obtendremos en una situación determinada: la próxima semana tengo un examen o una presentación en público. Mi deseo es que vaya bien, pero tengo dudas acerca de mi desempeño y del resultado final.
A pesar de que es algo que aún no ha sucedido, llevo mi atención continuamente hacia ese momento futuro y me sumerjo en un bucle de impotencia-estrés inútil: impotencia porque yo no tengo el poder de operar en el futuro (sólo puedo hacer cosas en el momento presente) y estrés inútil porque la activación que estoy generando serviría en el futuro, pero ahora no la puedo utilizar para nada.
“La activación innecesaria o excesiva son fuentes de estrés”
Podemos reconocer otra fuente importante de estrés en el hecho de enfrentarnos a lo desconocido. Algo tan sencillo como conducir recorriendo un nuevo itinerario nos genera un pequeño aumento del estrés. La razón es sencilla: no tengo imágenes de referencia sobre el camino a recorrer; no tengo experiencia concreta sobre lo que tardaré; aunque el navegador me lo indique, no estoy seguro si sabré reconocer el camino por donde he de girar o salir de la carretera; etc.
Es posible gestionar estas dos fuentes de estrés, incertidumbre respecto al futuro y enfrentarnos a lo desconocido. Al tratarse de dos formas distintas de funcionamiento, también es diferente la manera de trabajar sobre ellas. Lo veremos inmediatamente.
Gestionar el estrés respecto al futuro
Para manejar el estrés respecto a un acontecimiento futuro necesitamos hacer varias cosas.
La primera, aunque paradójica, es reconocer que ese estrés, nerviosismo, ansiedad o como le queramos llamar, tiene una utilidad. Sí, realmente puede ser útil: te está avisando de algo. La intranquilidad respecto a un acontecimiento futuro puede ser un toque de atención para preparar mejor ese momento que vendrá. Aún no está aquí, pero yo puedo hacer hoy algunas cosas para que, llegado el día, todo vaya de la mejor manera.
Cuando trabajamos con personas que hablan en público, es normal que nos hablen de esas sensaciones molestas en relación a futuras presentaciones. Si una persona considera eso como un aviso de que algo falta, a menudo encuentra cosas que hacer: revisar el guion, preparar mejor los materiales, ensayar su presentación, etc. Todo ello son actividades que puede realizar en el presente para favorecer un mejor desenlace en el futuro.
“Conecta con el momento presente, céntrate en lo que depende de ti y hazlo”
La segunda operación tiene que ver con llevar la atención al momento presente. Es un recurso que siempre nos va ayudar: prestar atención a la propia respiración (simplemente observar, no hace falta la intención de querer cambiar nada), llevar la atención a las imágenes que estás viendo (objetos, escenas, paisaje, lo que sea), escuchar con atención los sonidos que hay a tu alrededor (palabras que dicen otras personas, tus propias palabras si es que estás hablando, otros sonidos que procedan del exterior) y finalmente tomar conciencia de tus sensaciones corporales del momento (la percepción de la temperatura, tu postura corporal, el contacto de los pies en el suelo y de otras partes de tu cuerpo con sillas o apoyos). Llevar la atención al momento que estás viviendo (aquí y ahora) te sitúa en el único espacio donde es posible la acción: el presente.
Finalmente, habiendo identificado lo que puedes hacer y habiendo conectado con el momento presente, sólo resta pasar a la acción. Llevar a cabo con plena conciencia las actividades que están en tu mano para hacer posible que el resultado sea el mejor. Por cierto, queda algo que te quiero simplemente recordar: hay cosas que no están en tu mano. Olvídate de ellas. Céntrate en lo que sí depende; ahí está tu poder. Cuando ocupas tu mente atendiendo al momento presente y ocupándote de lo que depende de ti, no queda espacio para dar vueltas a otras cosas.
Gestionar el estrés respecto a lo desconocido
Si has nacido en un medio urbano, como yo, te resultará fácil imaginar esta escena:
Es negra noche (noche sin luna). Vas con un amigo en su coche, por un camino que discurre por medio de un espeso bosque. Cuando llegas a un ensanchamiento del camino, tu amigo detiene el coche y bajáis. Con las luces del coche apagadas, apenas se distingue alguna sombra. Sin embargo, la cantidad de sonidos que escuchas es enorme. Sonidos que, salvo el típico rumor de hojas movidas por el viento, eres incapaz de reconocer.
En la ciudad, puedes distinguir si un ruido es de un taladro o de un molinillo de café; el motor del ascensor suena diferente de un aire acondicionado; un coche que pasa por la calle genera un sonido distinto que un camión. Pero en mitad del bosque, te falta toda esa experiencia que te permite reconocer y distinguir cada sonido. Hasta aquí, todo normal; normal, salvo por un hecho: cada sonido desconocido es un factor de estrés.
Ignorar el tipo de animal al cual corresponde aquel graznido, ese canto o el gruñido que viene de lejos activa un elemento de nuestro cerebro que sirve, precisamente, para detectar lo desconocido. Se trata del córtex orbital. Entre otras funciones, está escaneando continuamente el entorno para detectar lo desconocido o lo que no debería de estar ahí. Para determinados efectos, el funcionamiento de nuestro córtex orbital es muy sencillo y primitivo: desconocido = peligro.
Volvamos por un momento a la escena en el bosque. Imagina que tu amigo te dice que si te adentras en solitario por el camino que cruza el bosque, tras recorrer 500 metros encontrarás un cofre lleno de oro. La tentación es grande; pero ¿y el estrés?. ¿Podría soportar tu cuerpo el bombardeo bioquímico de mensajes que a cada instante te digan “cuidado”, “peligro”, etc.?
Para alguien que haya crecido en un entorno rural, la situación es radicalmente distinta. Es capaz de reconocer la práctica totalidad de esos sonidos, identificando su origen y sabiendo cuando puede continuar tranquilamente, cuando conviene andar con cierto cuidado y cuando es mejor alejarse del lugar lo antes posible.
¿Para qué te cuento todo esto? Simplemente para que puedas comprender que el estrés generado por lo desconocido se maneja de un modo relativamente elemental: entrenando la situación, familiarizándose con ella, aprendiendo acerca de ella. Siempre hay una primera vez para todo. Yo siempre puedo crear espacios de experimentación que me permitan ejercitar el contacto con una determinada realidad. A partir de este conocimiento, esa realidad es cada vez menos “extraña” y, por lo tanto, mi córtex orbital se calma.
“Entrena, para que lo extraño se convierta en familiar”
Volviendo al ejemplo de la persona que necesita hablar en público, todos los ensayos de la presentación (siempre con alguna persona que haga de público) sirven pare experimentar, en unas condiciones de relativa seguridad, lo que es hablar frente a un público. Las sucesivas repeticiones harán que la experiencia sea cada vez más conocida.
Haz que el estrés sea tu aliado
Convierte el estrés en un amigo, alguien que te ayude. En lugar de tratar de combatirlo, escucha su mensaje; averigua aquello de lo que te está avisando. Luego, actúa al respecto.
“Si no existiera el estrés, lo tendríamos que inventar”
Si no existiera esa angustia, malestar, nerviosismo, etc. lo tendríamos que inventar. El estrés excesivo es como la señal de alarma que nos avisa de un incendio. Si no hay aviso, el incendio podría crecer de forma incontrolada y destruirlo todo. Sin esas señales que tu cuerpo te manda, te podrías estar metiendo en un lío y darte cuenta sólo cuando ya es demasiado tarde.
Mantén un nivel de estrés adecuado: cuida tu respiración, atiende a tu postura corporal y lleva tu atención al momento presente. El cambio puede ser espectacular.