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27/08/2018Lo que decimos sin hablar.
Lo que decimos sin hablar determina la calidad de nuestra comunicación con los demás. La comunicación no verbal refuerza nuestras palabras
¿Sabías que tu postura o tus gestos producen un impacto en los demás?
¿Eres consciente de que tu voz también puede generar un impacto más poderoso que las palabras que dices?
Una forma sencilla de resumir lo que sucede cuando nos comunicamos con los demás es ésta: no es sólo lo que dices (tus palabras) sino como lo dices (tu voz y tus gestos).
Todos sabemos que hay palabras cuyo alcance es bastante independiente de estos aspectos no verbales. Por ejemplo, la palabra “cáncer” genera habitualmente una serie de respuestas que vienen a ser las mismas con independencia de los gestos o tono de voz empleados. Aún así, en una comunicación donde aparezca esa palabra es también importante tener en cuenta lo que aquí comentamos.
Cuando nos comunicamos con otras personas, nuestros gestos, postura y voz condicionan el impacto que genera nuestro mensaje: la conducta implícita de las personas tiene más peso que sus palabras a la hora de comunicar sentimientos o actitudes a otros. Estamos hablando, por tanto, de la forma en que será recibido ese mensaje: ¿llegará como algo amable o desagradable? ¿Parece una invitación a entenderse o suena cortante? Todo ello, con independencia de las palabras utilizadas.
En muchos casos, el impacto de nuestro mensaje viene condicionado por la parte no verbal del mismo (postura, gestos y cualidades de la voz).
Imaginemos que deseamos conocer la opinión de alguien sobre un asunto y que nos dirigimos a esa persona acercándonos mucho (“invadiendo” su espacio vital) y además haciendo grandes aspavientos con los brazos. En esa situación, la otra persona se sentirá probablemente más intimidada que invitada a dar su opinión (si lo miramos bien, esas formas parecen más adecuadas para un interrogatorio policial de película que para una entrevista profesional).
Si nos fijamos en la voz, sucede algo similar: unas palabras dichas con voz fuerte tendrán un impacto diferente de aquellas pronunciadas con voz suave; el impacto también será diferente según la velocidad (más lenta o más rápida), el tono (más grave o más agudo) y una gran diversidad de matices que podemos tener en cuenta al hablar.
Podríamos tener la tentación de pensar que hay formas de lenguaje no verbal más “correctas” que otras. Pero no es así. De hecho, todas las cosas que somos capaces de hacer con nuestros gestos o con nuestra voz pueden ayudar o dificultar nuestra comunicación.
De hecho, hay una única condición a respetar: la CONGRUENCIA.
Imaginemos por un momento que, cuando estamos hablando con alguien, fuera posible separar lo que “dice” nuestro cuerpo, lo que “comunica” nuestra voz y las palabras que pronunciamos. Podemos considerar que son tres mensajes que se emiten al mismo tiempo y que llegan juntos a la persona.
Mensaje congruente
Lo que decimos sin hablar a través de nuestra voz y nuestro cuerpo junto con nuestras palabras es el Mensaje que recibe la persona que nos escucha
Cuando los tres partes del Mensaje tienen el mismo sentido y dirección, decimos que el mensaje es congruente.
En cambio, cuando alguno de ellos (sólo la parte corporal o ésta y la voz) comunica una cosa, mientras las palabras dicen otra, el mensaje es incongruente.
De estas tres partes, el más poderoso es el lenguaje corporal. De hecho, lo que éste comunica es lo que llega con más fuerza a la otra persona. Le sigue en importancia la voz. Finalmente, lo que menos relevancia tiene, en términos de impacto, suelen ser las palabras (insistimos de nuevo en que nos estamos refiriendo a palabras “normales”).
De manera que ya podemos tener clara otra cosa: cuando el mensaje es incongruente, la parte no verbal manda sobre la verbal.
Mensaje congruente es aquél donde la postura, los gestos y las cualidades de la voz acompañan el sentido de las palabras.
Veamos algunos ejemplos:
Yo quiero advertir a alguien sobre las posibles consecuencias negativas de algo que quiere hacer o, más claramente, le quiero ordenar que no lo haga. Si utilizo una postura erguida, un gesto relativamente tajante con un brazo y un volumen de voz ligeramente más fuerte de lo que es normal en mí, será un mensaje más congruente que si me expreso mediante una postura ligeramente encorvada, gesticulando ambas manos al mismo tiempo (con las palmas hacia arriba) y un volumen de voz más flojo de lo habitual. Aunque las palabras sean siempre las mismas (“No quiero que hagas eso”) el primer mensaje llega nítidamente con un tono imperativo, mientras el segundo no está claro lo que quiere transmitir y, en consecuencia, la prohibición no queda clara.
Quiero cerrar una conversación que, para mí, ya llegó a su final (puede ser con un amigo un poco pesado o con un vendedor insistente). Es una variante del caso anterior: mientras yo digo las palabras “bueno, creo que ya hemos terminado” lo puedo hacer con gestos suaves y con un volumen de voz suave (mensaje incongruente) o puedo utilizar gestos algo más bruscos y un volumen de voz algo más potente (mensaje congruente). En el primer caso, nuestro interlocutor no hará caso de las palabras y continuará la conversación, mientras en el segundo es bastante más probable que entienda el mensaje como cierre de la conversación.
Quiero expresar compresión y acogimiento y hablo mirando al infinito o por encima de la persona a la que me dirijo y con el cuerpo hacia delante, entonces, a la persona le llega que mis palabras no son “creíbles y/o sinceras”. Es más congruente que le mire a los ojos y mis hombros tengan una postura de apertura hacia el otro con un tono de voz suave.