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El uso de estas expresiones genera la sensación de que carecemos de control sobre nuestra vida, ya que hay factores que nos obligan a hacer cosas o nos lo impiden.
Nuestra forma de hablar, de referirnos a nuestra experiencia personal, no es neutral y afecta a nuestro estado. De hecho, yendo un poco más allá, podemos afirmar que crea nuestra realidad interna.
Es cierto que el lenguaje sirve para describir las cosas que ocurren. Sin embargo, esa es probablemente la utilidad más simple del lenguaje. Entrando en detalle sobre el uso de las expresiones que dan título a este artículo, podemos ver su alcance y el modo en que generan esa realidad interna.
El uso de “tengo que”
Supongamos que has quedado para cenar con unos amigos. El encuentro es importante para ti y asumes plenamente el compromiso de acudir. Es una ocasión para disfrutar de su compañía, actualizar informaciones y compartir proyectos en los que te has involucrado o en los que te quieres meter. En fin, una celebración entrañable.
Esa tarde, camino del lugar de la cena, te encuentras con una persona, también buena amiga aunque de otro círculo. Te detienes a conversar un momento con ella y, al poco rato, le dices “me voy porque tengo que ir a cenar con unos amigos”.
¡Qué mal suena, dicho así! La expresión “tengo que” denota un cierto tipo de obligación, algo que me viene impuesto y que yo me veo forzado a cumplir. Leyendo esto quizás pienses que exagero. Bien, tienes todo el derecho a pensar eso. De todos modos, te propongo una prueba.
Cierra los ojos, y repite para ti la expresión “tengo que”. Lleva la atención a tu cuerpo, para darte cuenta del modo en que sientes el impacto de esas palabras. Una gran mayoría de personas cuentan que al repetirse esas palabras empiezan a notar una especie de peso en los hombros o en la espalda, como si de una carga se tratara.
Efectivamente, nuestro cuerpo procesa literalmente el significado estricto de esa expresión y lo vive exactamente igual que si fuera una carga física. Entonces, no se trata simplemente de “una forma de hablar”. Es un modo de hablar que tiene consecuencias.
Volviendo al tema de la cena, ¿qué te parece esta forma de expresar la misma idea?: “He quedado para cenar con unos amigos y voy con el tiempo un poco justo. Tengo muchas ganas de continuar esta conversación ¿quedamos para otro día?”. Esto suponiendo que sea verdad que tengo ganas; en caso contrario, puedo introducir algún cambio.
En esta forma de transmitir tu mensaje ha desaparecido la sensación de obligación y, al mismo tiempo, permanece la idea del compromiso por llegar a tiempo a la cena. En realidad, ese aspecto del compromiso es el que nos lleva a utilizar la forma “tengo que” y nos juega la mala pasada de convertir algo voluntario, elegido, en algo impuesto.
El uso de “no puedo”
Volviendo sobre la misma situación, aquella frase todavía puede empeorar: “no puedo quedarme porque tengo que ir a cenar con unos amigos”.
El razonamiento es el mismo. Decir “no puedo” equivale a reconocer que algo me impide llevar a cabo una acción. No obstante, en el caso que estamos viendo nada te priva de seguir hablando un poco más y, por ejemplo, llegar a la cena con unos minutos de retraso.
Hagamos de nuevo la comprobación del impacto corporal. Cierra los ojos y repite para ti la expresión “no puedo”. Recorre tu cuerpo con tu atención y localiza alguna sensación relacionada con esas palabras. Al hacer esta prueba, es habitual tener la sensación de algo nos retiene, ya sea tirando desde atrás o deteniendo la marcha desde delante. En resumen, hay algo que te impide la acción.
Si yo digo “no puedo volar” estoy manifestando algo inherente a mi condición humana (diferente de los pájaros). Mi anatomía está hecha para otras cosas y no para volar. Por lo tanto, ahí estará bien utilizada la expresión “no puedo”.
Pero la situación que nos ocupa es muy diferente: aunque tú podrías permanecer un rato más conversando con esa persona, tu decisión de ser fiel a tu compromiso previo te lleva a dejar esa conversación. Eliges cumplir tu compromiso.
Como formulación alternativa, puedes considerar la misma que te propusimos antes, introduciendo las variaciones que te convengan.
Estas expresiones desde la Programación Neuro-Lingüística
La PNL no ofrece un instrumento para trabajar con patrones lingüísticos: el Metamodelo del Lenguaje. En esta herramienta, dichas expresiones reciben el nombre de Operadores Modales. De Necesidad en el primer caso (“tengo que”) y de Posibilidad en el segundo (“no puedo”).
Hay formulaciones equivalentes a “tengo que”: es necesario, es imprescindible, es obligatorio, etc. Asimismo, hay otras formas de expresar que “no puedo”: es imposible, no puede ser, etc.
Con el Metamodelo del Lenguaje, podemos explorar en la experiencia personal, mediante el uso de algunas preguntas. Veamos con detalle el procedimiento.
Operador Modal de Necesidad:
Frase: “Tengo que terminar este trabajo”
Preguntas: ¿Qué o quién te obliga?; ¿qué pasaría si no lo terminaras?
Operador Modal de Posibilidad:
Frase: “No puedo decirle eso a mi jefe”
Preguntas: ¿Qué te lo impide?; ¿qué pasaría si se lo dijeras?
Como puedes ver, las preguntas van en dos direcciones: en primer lugar averiguar lo que obliga o impide y después explicitar las posibles consecuencias de saltarse la obligación o el impedimento.
Una nueva forma de hablar
Trabajando con alumnos y clientes, nuestra experiencia es repetidamente la misma: cuando sustituyen esas dos expresiones por otras formas de comunicar (a los demás o a sí mismos) cambia su percepción de la realidad y tienen la sensación de que recuperan su poder. Las acciones que hagan o no hagan dejan de ser la consecuencia de obligaciones o prohibiciones externas y pasan a ser el resultado de sus decisiones.
Te invitamos a experimentar con todo esto. Probando, encontrarás aquellas formas que vayan más de acuerdo contigo.